El Espíritu del Agua no viene de Dios”

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Por Freddy Magno Mamani Mollo

Amawta y Experto en Derechos los Pueblos Indígenas

Ante la sequía -desde años anteriores en nuestros territorios- se empezó a colocar de moda (por iglesias y pastores evangélicos) actos religiosos cristiano-evangélico, por ejemplo; orar, llorar y pedir a un Dios que llegó a Amerindia a partir de 1492. Y estas acciones deístas en la actualidad son reestablecedoras del cuento mesiánico de la llegada del Apocalipsis y de un supuesto salvador.

Este cuento se subjetivó desde la Colonia y permeó a todas las comunidades indias, indígenas y campesinas mediante masacres, asesinatos, violaciones, mutilaciones y Extirpaciones de Idolatrías. Producto de tal atrocidad, los conocimientos y sabidurías ancestrales fueron olvidándose y dejando de lado la relación espiritual comunitaria ancestral. Y, cuando un pueblo olvida sus cualidades y singularidades (principalmente su espiritualidad) con referencia a otros pueblos, ese Espíritu comunitario siempre estará incompleto.

En la actualidad, el evangelismo cristiano y sus variantes -y gracias a las permisividades estatales- existen centenares de denominaciones cristianas en Bolivia. Es decir, que hay cientos de iglesias católica-cristiana-evangélica en Bolivia. (un dato de 2012, indica que había 398 denominaciones y estas se multiplican según la cantidad de infraestructuras que tengan). Por otro lado, la espiritualidad ancestral tiene registrada la cantidad igual a los dedos de una mano.

Ante esa situación, no es sorprendente qué las suplicas realizadas por campesinos e indígenas ante la falta de lluvias, esté atravesado por un discurso religioso (proveniente de la Teología de la Prosperidad) dejando de lado el contenido último que subyace a cada cultura, en el caso de los Andes; la cosmovisión ancestral andina y su espiritualidad.

Esto último, desencadena contradicciones históricas, materiales, políticas y -en cierto sentido- espirituales.

Respecto a lo histórico, tales actos responden a la negación de los procedimientos vitales que nuestras culturas realizaban, pues, condenándola al pasado se la devalúa como algo irracional, caduco y olvidado de manera imperativa. Ese olvido y negación, corresponde al correlato de un sistema instaurado desde 1492, que ahora podríamos llamar la Modernidad o el Sistema Moderno.

En lo material; esta ideología religiosa, es irracional pues crean disputas y división al interior de las comunidades; sean campesinas, indígenas, vecinales y familiares. Asimismo, reafirma las desigualdades económicas, pues las iglesias –actualmente- se basan en la teología de la prosperidad, donde es una bendición ser Rico y un castigo ser pobre. Condenando así, a las comunidades indígenas y campesinas al pecado eterno, y por ende a la necesidad de una iglesia para salvarlos del infierno.

El ámbito político es el más delicado. Con el efecto Chi de 2019 (candidato a presidente y pastor de una iglesia evangélica), la verborrea religiosa de Camacho y las logias empresariales, la utilización de la biblia como símbolo político (como lo hizo Yeaninne Añez), el rechazo a leyes nacionales como, por ejemplo; la guerra espiritual contra el Proyecto de Ley de Ganancias Ilícitas de 2021, ideologizan de manera descarada a los habitantes del Estado Plurinacional, basados en una sola retórica “ser bueno y ser malo”, algo así, como una inquisición actualizada.

En lo Espiritual, es muy llamativo. Pues hay una mescolanza de aproximaciones al problema de un fenómeno. Y lo contradictorio, se hallan en los fundamentos desde donde uno apuesta su Fe para la solución de un problema. Ahí, la religión hegemónica subjetiviza el problema llegando a afirmar que “todo es culpa de nuestros pecados”. Si somos pobres es por nuestros pecados, si somos asesinados es por nuestra culpa, si sufrimos sequias es porque no somos el pueblo elegido de ese dios o que nuestro destino está marcado por nuestra desobediencia a la “palabra de -ese- dios”.

Es decir, fetichiza toda acción realizada histórica, política, material y espiritualmente, ya que el problema somos nosotros los pecadores cuya salvación es convertirnos a la religión hegemónica -negadora de otras espiritualidades- y esperar la llegada del Mesías. Lo anterior es muy peligroso, tanto que, invisibiliza las consecuencias reales de un sistema económico que destruye para obtener ganancias, también encubre las políticas antinacionales, trata de eliminar toda alternativa espiritual que no se subordine a sus mitos y devalúa la potencia humana para realizar un cambio (es decir, un milagro). La religión en última instancia; “Fetichiza a Dios” y junto a él, a su creación.

Por otro lado, la espiritualidad ancestral de los pueblos andinos, hace visible los resultados del capitalismo (desigualdad) que rompe principios como la ayuda mutua (ayni). También, la espiritualidad de la vida dialoga con las diferentes espiritualidades -así como se lo hace con la teología de la liberación, etc.- comprendiendo que la acción comunitaria hombre-mujer-Pachamama-Pachaqamak es un sendero donde la comunidad misma crea “el milagro”. Y, en el caso de la sequía y la petición de un milagro, sería algo así:

La potencia contenida en cada una/o de nosotros y reconocida en la comunidad, humana y no humana, en respeto a las espirituales sagradas vinculadas a la creación, crianza, convivencia y mística generará las condiciones esenciales para la realización del milagro.

En ese sentido, desde la ancestralidad más sagrada de nuestros pueblos, nosotros también somos parte del “milagro”. Ya que somos condición de posibilidad para la generación de cambios y transformaciones. Es decir, nuestra relación espiritual de considerarnos comunidad simbiótica ancestral, con toda nuestra comunidad de parientes, Achachilas (montaña sagrada) Wak´as (centro energeticos), Pachamama (madre infinita), Qutamama (madre agua), etc., que nos posibilita intervenir de manera real y urgente. Pues en lugar de solo orar, se debe acompañar con el sembrado y cuidado de árboles y regenerar los ecosistemas, y en lugar de solo llorar debemos complementar mediante la interpelación a las acciones cometidas por el Estado, por las iglesias, por el sistema y por nosotros mismos.

Entonces, solo entonces, nosotros seremos el milagro que estamos esperando. Así, como Jesús realizó el milagro de multiplicación de los panes y pescados (que desde la cosmovisión sucede cada vez que realizamos los apthapis, comida comunitaria), nosotros -hermanos y hermanas- tenemos la misma potencia y cualidad para cambiar nuestra situación más allá de un dogmatismo religioso y hallarnos en una misma espiritualidad, que es; la espiritualidad para la vida. Entonces, el Espíritu del Agua volverá cada año, para calmar la sed de todos, moros y cristianos, ateos y escépticos, pero principalmente, para calmar la sed de nuestra propio Ajayu.

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