Aunque algunos grupos celebran, para otros es profundamente lamentable que el Secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, haya conseguido impulsar la candidatura de Rosa María Payá Acevedo para integrar la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Esta instancia no es cualquier órgano: es un ente principal y autónomo de la Organización de los Estados Americanos (OEA), cuya misión es proteger y promover los derechos humanos en todo el continente. Convertirla en una plataforma para intereses partidistas y personales representa una preocupante degradación de su rol.
La postulación de Rosa María Payá no solo está plagada de motivaciones políticas, sino que parte del rencor personal hacia el gobierno cubano, al que responsabiliza por la muerte de su padre, el opositor Oswaldo Payá, quien falleció en un accidente automovilístico bajo circunstancias que ella asegura fueron producto de una persecución, aunque nunca se demostró la existencia del vehículo implicado ni se probó oficialmente ninguna acción deliberada del Estado cubano.
Pese a que su “lucha” se enmarca en Cuba, desde 2013 Payá reside en Estados Unidos, donde se encuentra estrechamente vinculada a sectores ultraconservadores de la comunidad cubanoamericana. Entre sus principales aliados políticos se encuentra el propio Marco Rubio, a través del cual contó con el respaldo financiero de agencias como USAID, de la cual, según fuentes extraoficiales, llegó a recibir más de dos millones de dólares mediante subvenciones del Grants estadounidense.
Esto plantea una primera y contundente preocupación: su dependencia de la administración estadounidense y su alineación total con la agenda de Washington, algo que compromete seriamente su imparcialidad y siembra dudas sobre su capacidad para actuar con la independencia y objetividad que exige un cargo en la CIDH.
¿Dónde está su experiencia en derechos humanos?
Payá no cuenta con una formación académica en derecho, ni con experiencia jurídica, ni con antecedentes sólidos que respalden su compromiso con los derechos humanos en su sentido más amplio. Su activismo estuvo centrado exclusivamente en promover el derrocamiento del gobierno cubano y en atacar, de forma sistemática, a otros gobiernos latinoamericanos como los de Venezuela, Nicaragua y Bolivia. No se le conoce participación alguna en la defensa de los derechos de los pueblos indígenas, de comunidades empobrecidas o de grupos históricamente vulnerables en la región.
Un discurso marcado por el odio y el doble rasero
La candidatura de Payá se ve aún más debilitada por su historial de declaraciones ofensivas y agresivas contra gobiernos democráticamente electos en América Latina. Calificó al expresidente mexicano Andrés Manuel López Obrador de “déspota”; acusó a la vicepresidenta Francia Márquez, de “apoyar al terrorismo”; tildó a los presidentes Lula da Silva (Brasil) y Gustavo Petro (Colombia) de “tentáculos de un pulpo cuya cabeza está en Cuba”; y acusó al presidente chileno Gabriel Boric de “difundir propaganda” por expresar su solidaridad con el pueblo cubano ante el embargo económico.
Este lenguaje, lejos de propiciar el diálogo y la defensa de los derechos humanos, profundiza la polarización y perpetúa estigmas peligrosos. Resulta especialmente alarmante que una candidata a la CIDH exhiba este tipo de patrones hostiles hacia líderes electos y países miembros de la OEA.
En el caso de Bolivia, expresó públicamente su respaldo al gobierno de facto de Jeanine Áñez, aquel que propició las masacres de Sacaba y Senkata, posteriormente documentadas y condenadas por la misma CIDH que hoy ella aspira a integrar. Para finalizar, nunca se pronunció sobre las deportaciones masivas de migrantes latinoamericanos desde Estados Unidos, ni sobre las violentas redadas antiinmigrantes en ciudades como Los Ángeles. Tampoco dijo nada sobre las políticas migratorias que atentan contra la dignidad humana ni criticó las condiciones en los centros de detención para niños migrantes. Este “silencio selectivo” pone en evidencia un sesgo que, tratándose de una defensora de los derechos humanos, no puede ignorarse.