Por: Freddy Magno Mamani Mollo
Amawta y Experto en Derechos de los Pueblos Indígenas
Cuando Colón llega al Abya Yala (América) ya había registros de navegantes que habían encontrado otros territorios, tales como vikingos y su población en Vinland allá por el año 1021 (L’Anse aux Meadows-Canadá) o las incursiones del almirante Zhen He y su flota naval, tal como indica el libro de “1421: el año en que China descubrió el mundo” de Gavin Menzies. Aunque estas son consideradas información que faltan a la rigurosidad académica es pertinente señalarlos para romper la noción historiográfica moderna eurocéntrica.
Lo señalado somete a interpelación las formas de comprendernos bajo el canon eurocéntrico que genera confusiones, contradicciones y presupuestos irresolutos. Estas cuestiones irresueltas, son la base de prejuicios de aquellos que enarbolan derroteros de un establishment moderno pero que aún es inconcluso y cuyo culpable siempre fue el indio salvaje e incivilizado. En nuestro caso -en toda la República boliviana- siempre tuvo la culpa, el indio y la india, el colla, el pobre, el indígena por el fracaso estatal. Dicho espíritu de confusión es anacrónico hasta ahora.
En ese sentido, lo anterior devela la contradicción performativa de la propia constitutividad de la sociedad boliviana que tiene como antecedente a 1492 (y en el Tawantinsuyu, 1532). Es decir, esa contradicción inherente a la propia formación de lo que fuese lo boliviano que se podría reducir en “tratar de ser aquello que no se Es y despreciar -odiar- aquello que realmente se Es” ¡Qué confusión!
Lo anterior es conocido como la dialéctica del Amo y del Esclavo que básicamente sería que el “siervo, como no es capaz de pensar por sí mismo, se siente siempre en la necesidad de estar bajo la aprobación del amo, y por eso mismo el siervo, esclavo o dominado, sabe en lo profundo de su interior que no es igual que el amo, por eso le admira, lo respeta y venera. ¡Cómo no quisiera ser como él!”. Es decir que; el querer ser considerado civilizado según los parámetros de lo que fuese lo humano desde la óptica Moderna, no reflexiona que esos conceptos y categorías son impuestas por el dominador y su concreción solo reproduciría el circulo de maldad y dolor, que hasta ahora se viene arrastrando por ambas partes del conflicto.
Un caso ejemplar al respecto es el de la nariz rota de una estatua de Colon en el Paseo del Prado de la ciudad La Paz (Bolivia). Donde muchos -con conciencia colonial- se reconocieron como afectados por dicho acto. Pero los argumentos esgrimidos, tales como que es un patrimonio intangible, son irrisorios y pueblerinos –k´ara diría yo- pues que más se puede esperar de una sociedad como la paceña que se desgarra las vestiduras ante un Indio Rebelde (que trae a su memoria el trauma del cerco de 1781) y que felicita a todo aquel que niega su contenido histórico-político y se asemeja a los “civilizados”, es decir, al indio servil y domesticado.
Todas esas respuestas reaccionarias de los k´aras solo tratan de invisibilizar, impulsar el espíritu de confusión y desconocer que nuestro pueblo proveniente de la resistencia anticolonial de 500 años proponga una referencia mítica como lo es el “Vivir Bien”, y que a través de este se vaya estableciendo algunos criterios de lo que fuere descolonización, la plurinacionalidad y en sí, la cosmovivencia y crianza mutua con la Pachamama-Madre Tierra/Madre Infinito.
En ese sentido, el 12 de octubre de 1492, es el inicio de la concreción del espíritu de confusión donde todo debe estar de cabeza, pues es capaz de sacrificar nuestra ética, nuestra espiritualidad y a nuestro propio pueblo, por la confusión inmanente. Lo lamentable es que ésta concepción no cambiará, pues, para cambiar se requiere la producción de una fenomenología existencial del o de lo que fuese lo boliviano (latinoamericano), para superar -aunque en apariencia- la dialéctica mencionada. Cosa que en mucho tiempo no pasará.
Mientras tanto la profundización real de las formas de producción propias (material e inmateriales), haciendo praxis real y productiva, basados en principios, tan sencillos como el Ayni (la colaboración reciproca), etc., que demarquen la principal soberanía, la cual es la alimentaria y la hídrica (tierra y territorio) se deja de lado, pues ese espíritu de confusión ha calado hasta al propio indio.